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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-06-03 | | Tanta historia que no menciona la ilustre historia. De esos tantos generales que se escondían en la trinchera de entre sus piernas, donde les ganaban batallas, ya perdidas, a golpes y empujando, jadeando como chanchos civilizados, a punta de fusiles, con el filo de la muerte en sus cuellos o en sus sienes. De esos tantos senadores eximios de labia universal y dignísimos diputados de lengua de punta en blanco, que vendieron sus votos en los recónditos jugos, de las urnas entre sus piernas, donde las llenaron de semen con promesas de papel y carbón o de algún puesto fuera del cabaret. De tantos curas, vicarios, monseñores y sacristanes, que las confesaron piernas abiertas y empujaron su perdón vagina adentro y santificaron la violación de la inocencia consensuada en cielos lejanos. De esos tantos ricachones que les llenaron el cofre hasta irritarles el clítoris con el vil metal, que las hicieron putas en plena pubertad. De esos otros tantos doctores de triple apellido y ninguna consideración, con dientes de oro y monóculo de plata, que les transitaron entre las piernas, billetes en mano, en busca de un eterno amor, por fin carnal, prometiéndoles, el: -ya me estoy por divorciar-. De esos tantos simples, brutos pervertidos, que las ponen en vidriera con precio expuesto bajo el calzón, hija, hija de la hija, hijastra de mala condición, para que ayuden en la casa mientras se ahogan en cigarros baratos y alcohol. Tanta historia que no menciona la ilustre, que mencionamos nosotros, los tantos poetas, los acérrimos transeúntes, los que quebramos la noche bar a bar; las putas que mencionamos, decía, de ellas trato de hablar. De tantas mujeres, que por que necesitan o quieren o no pueden otra cosa, o por lo negro del destino, del destino renegrido... De esas tantas, las que abren las piernas, casi sin pensar, que cambian historias, casi sin querer, que inventan próceres, casi sin darse cuenta, que dieron placeres, con el estómago vacío, por obligación comercial, casi como cumpliendo con el deber a la patria como debe ser. De tantas mujeres, de esas tantas, de las que vos y yo hemos visto en las calles desiertas, en las empedradas de tristezas y malos olores; de esas enormes mujeres que después de enjuagarse los humores lujuriosos vuelven a sus casas por las madrugadas y alguien les dice: -mamá-... De esas tantas mujeres, grandes mujeres con palabras mayores, de grandes historias, de la puta historia de las putas, la de que la ilustre no menciona, es que quería hablar... Pero no puedo, no tengo altura moral ni espiritual para hacerlo, sin herir y blasfemar a esta sociedad de hipócritas y falsos historiadores.
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