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Sueños rotos
prosa [ ]

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por [Richard John Benet ]

2005-09-02  |     | 



El pasaje había cambiado bastante en las últimas décadas, como habían cambiado la gente que lo habitaban, los hábitos y rutinas que tenían. Antaño era el refugio de una banda de niños revoltosos. Cuándo eran pocos, digamos dos o tres, jugaban con las bolitas de vidrio. O demostraban su habilidad revoleando figuritas contra una pared. Cuándo se juntaban todos, luego de hacer las tareas que le encomendaban en la escuela, jugaban a la mancha. Los pobres vecinos los sufrían a la hora de la siesta generalmente. Era un barrio tranquilo de casas bastante antiguas. Y la corta cuadra que terminaba abruptamente, como un callejón, era apto para jugar al fútbol. No había peligro que pasaran automóviles. El único peligro real era soportar algún baldazo de agua helada de una vecina furiosa. O que la pelota, generalmente caprichosa, cayera en una casa y que no fuera devuelta. O lo que era peor… era devuelta cortada en gajos.
Con el tiempo, en aquel mismo lugar y aquellos mismos niños, descubrieron el éxtasis de un primer beso robado. Los faroles de luz mortecina alumbraron algún romance urgente y juvenil. Las parejas buscaban los rincones más oscuros, para mentirse amor eterno, para regalarse unas caricias.
Las barras de muchachotes estiraban el alba, luego del baile, tomando alguna cerveza a escondidas de los padres. O se juntaban para planear una salida, temprano por las tardes.
Las generaciones iban cambiando. El tiempo, que tiene la extraña cualidad de ir destruyendo las cosas, también modificó aquel lugar.
En horas de la tarde los vecinos apuraban sus compras, sobre todo en invierno. Como oscurecía más temprano que en otra época del año, por una cuestión de seguridad era preferible irse temprano a las casas. En otros tiempos los vecinos sacaban sus sillones de mimbre a la vereda y hacían tertulias entre ellos. Los chicos jugaban y se conocían en aquel pasaje. Hoy ya no era aconsejable dejar los niños en la calle. Los padres preferían ver en sus televisores uno de esos programas en dónde gente común convivía en un lugar cerrado u aislado. En ese remedo de vida real, los participantes por una recompensa monetaria, eran capaces de hacer alianzas, alcahueterías, bajezas, traiciones, comer bichos desagradables o tener sexo ante cámaras. Todo era válido para entretener y educar a la gente.
A esa hora, el pasaje quedaba desierto, excepto por algún valiente que quisiera demostrar su valía. Y por un viejo. Todas las noches buscaba su lugar. Pese a que los vecinos se esforzaban por mantener un precario orden y limpieza, el pasaje venido a menos olía a orines y a rancio. Muchas veces el lugar apestaba a basura acumulada, porque los recolectores de desperdicios no lo tomaban en cuenta en su recorrido, y varios desesperados buscaban rescatar algo de las bolsas. El contenido se desparramaba… y a veces las ratas aparecían para buscar su parte.
El viejo arrastraba su cuerpo maltrecho en mil noches a la intemperie. Tal vez tuviera un poco de reumatismo. Y mucho de ciática, sobre todo en las mañanas al levantarse de su duro lecho. Acomodaba un par de cartones, para aislarse del frío del pavimento, una raída frazada y algunos papeles de diario. El viejo maldijo su suerte; justo aquella noche había llegado tarde al hogar de monjas dónde le daban algo de comer. Solo se había echado un par de tragos de vino barato al estómago. ¡Y el pronóstico del tiempo había anunciado la noche más fría del año!
En fin, el viejo acomodo sus escasas pertenencias, y buscó refugio en el umbral de la casa abandonada de todas las noches. Se cubrió con lo que le quedaba de frazada, pero antes acomodó como pudo las páginas del matutino sobre su cuerpo, aquello le ayudaría. Tembló un poco, le pareció que tenía un poco de fiebre. El calor en las mejillas… ¡No!... seguro era el alcohol que tenía encima.
¡Los desgraciados tenían razón!... la temperatura bajaba espantosamente. Hace unos años atrás junto a él se arrellanaba un perro de raza improbable, una rara mezcla genética, pero de una fidelidad y cariños sin iguales. El pobre Patán había terminado sus días bajo las ruedas de un camión de reparto. Ya nunca más quiso llorar por nadie. No volvió a tener otro perro.
El frío le impedía dormirse enseguida. Eso sumado a los dolores de su torturado cuerpo; buscaba encogerse y estirarse para estar algo cómodo. Su mente estaba embotada por el poco de alcohol en su estómago vacío. La vigilia, en la que uno no sabe con certeza que es sueño y que es realidad. El descanso que no es tal. La agonía de querer descansar y no poder. Pero en algún momento lo venció el cansancio. Entonces soñó. No se puede catalogar de pesadilla un sueño como aquel… pero.
En el sueño veía una ventana… era de una casa antigua. Dos pisos… pequeño jardín adelante, un pasillo y rejas de hierro forjado. Las hojas de la ventana se abren y aparece un muchacho de unos treinta años. Su rostro le resulta vagamente familiar. Ese mismo rostro que se frunce en un gesto de desagrado. El muchacho ve un viejo linyera tirado en la casa que está enfrente de la suya. Piensa:
-¿Qué puede llevar a un hombre a tal estado de abandono?
Las ropas del viejo están sucias y ajadas. En algunos lugares las roturas en la tela dejan ver sus zonas pudendas, que no parecen mucho más limpias que las vestimentas.
-¿Es que acaso está loco? ¿No tiene familia?... parece un hombre relativamente joven… de unos cincuenta años… ¡No puede conseguir un trabajo!... en vez de dar lástima.
Los cabellos desgreñados y apelmazados en mugre le cubren un rostro sanguíneo. El viejo no se mueve ni ronca.
-Yo en cambio tengo un proyecto… ¡No!... varios. El menos importante tal vez sea progresar en mi trabajo. Luego quiero formar un hogar con Liliana. Vamos a tener nuestros cachorros corriendo por la casa. Una casa llena de macetas con plantas y flores. Tal vez un buen ovejero alemán.
El joven confirmaba todo lo que quería de la vida mientras miraba el ejemplo contrario.
El viejo se revolvió inquieto. No le gustaba lo que soñaba. No le gustaba lo que pensaba aquel joven. Es más le parecía entre sueños que la casa le resultaba conocida. Como si fuera una de aquel vecindario. Trató de cambiar de visión, de despertarse. No pudo.
Ahí estaba de nuevo el joven parado pensando en todo lo que quería de la vida. En todo las cosas materiales que ambicionaba.
-¡La luna de miel!... seguro que va a ser en algún lugar tropical. ¡Ah!... también estaba el auto… el mobiliario… Liliana estaba de acuerdo y tenía un buen gusto increíble. El hombre debe ser útil, tener planes, entregar lo mejor de si.
No como ese vago… ¡Le gustaba lo fácil!... total iba y pedía una moneda… se compraba una caja de vino o si no le pedía a las monjas que le dieran comida. Después ni se tomaba el trabajo de bañarse.
¡Seguro que era capaz de robar!... ¡Si!... el conocía esa gentuza… por eso cuándo le pedían limosna los mandaba a paseo. ¡Si no tienen ganas de trabajar que no fastidien!
El muchacho miró de nuevo por la ventana. Tal vez pudiera llamar a la comisaría. En un rato pasarían los chicos para el colegio… ¡No tenían que ver semejante espectáculo de decadencia humana!
Los chicos preguntan. ¿Y que se les puede decir?
-¡El señor tiene una enfermedad!... si… ¡vagancia!
-¡El señor no tiene casa!... ¡Porque no se la procuró!
-¡El señor no tiene familia!... ¡Porque!... Por algo será.
Aquellas gentes preferían buscar sobras en la basura. Pedir. Holgazanear. Dar lástima. En realidad la explicación era de los más sencilla… eran vagos irredimibles.
Él no. Había sido el orgullo de sus padres. Altas calificaciones. Título de contador. Carrera brillante en una empresa de primer nivel. Nada era difícil… solo había que elegir estar del lado de los ganadores.
No como ese perdedor. ¡Si!... lo mejor era llamar a la policía.
El viejo gruño. El frío lo mortificaba, y ello le hacía tener aquellos sueños extraños. Feos.
El viejo prefería pensar en los chicos gritando y corriendo por el lugar. Jugando al rango. Y en su viejo amigo muerto, lamiéndole la cara. Patán surgió de las brumas… se acercó y con sus patas le tironeó al frazada. El viejo tiró un par de manotazos y luego sintió el reconfortante calor contra su costado. El animal se restregó cariñoso contra su humanidad. Hasta que se levantara el sol… esto lo ayudaría a pasar el frío. El papel de periódico que lo cubría crujió por la escarcha que se le había formado. Entonces se dio cuenta… aunque fuera un sueño uno se da cuenta. El perro no estaba.
-¡Pobre!... ¿Dónde estará su almita peluda?
El viejo gruñía entre sueños.
-¡No!... ¡Ese tipo arrogante de nuevo no!
La orden a su mente somnolienta fue acatada. La imagen en la ventana se desvaneció. Y los chicos con su bullicio invadieron el lugar.
Aunque parezca mentira alguna vez ese cuerpo lacerado por los rigores sufridos… fue uno de esos niños. Estaban discutiendo por la posesión de una pelota. Hubo algunos empujones… varios gritos y juramentos de odios y venganzas eternas. Luego se hizo el silencio, dos bandos bien diferenciados estaban frente a frente. Los dos contendientes se acercan, y con vergüenza se dan la mano y se disculpan.
No pasa demasiado tiempo en formarse dos equipos y los enemigos irreconciliables vuelven a jugar juntos en el mismo equipo.
La sonrisa surca el rostro ajado y surcado por mil hendiduras. Bajo la maraña de pelo grasiento unas cejas enmarcan una nariz rojiza. Todo el rostro tiene ese aspecto sanguíneo.
Nuevamente aparece el muchacho. Está de nuevo en la ventana.
-Algo tengo que hacer-Piensa.
Él sabía que había gente en el barrio que regalaban las ropas que les sobraban. Que le alcanzaban unas tazas de caldo o unos mendrugos de pan viejo. ¡Él no era de los que fomentaban la vagancia!
Y lo peor… es que cada vez eran más jóvenes. Pero como el tipo que estaba tirado ahí parecían más viejos. El viejo andaría por los cincuenta… pero aparentaba más de sesenta. Estaba flaco… pero fofo. Debajo de su sucia cabellera se veía un rostro tumefacto y flácido. El color de la piel, pese a la costra de roña que la cubría, se veía blancuzco y opaco. Y sin embargo… algo le resultaba vagamente conocido en aquella cara. Como si fuera uno de esos parientes lejanos que uno había dejado de ver hacía mucho tiempo. Como un recuerdo infantil elusivo y molesto. Trato de hacer un esfuerzo mental, y se lo imaginó con el cutis limpio y rasurado… y algunas cuántas arrugas menos. ¡Ahora si!... parecía alguno de sus primos. ¡No!... mejor su propio tío. Por la edad andaría por ahí. Pero… ¡No!... ¡Era la imagen de su propio padre!
-¡Tengo que dejar de pensar estupideces-Se ordeno el joven-Estoy proyectando mis propias carencias… mi viejo… ¡Jamás podía ser ese mendigo!... es más, ahora estaría dando una conferencia en una universidad europea. Mi padre era un ganador. Ausente… poco afectivo... ¡Pero un ganador en su profesión!
No sabía porque estaba pensado en su padre. El tipo no le había hecho faltar nada. Todo lo material, sus estudios, absolutamente todo lo que se pudiera comprar con dinero, él lo había tenido.
El amor y el compañerismo. El calor y la comprensión. Eso ya era otro tema. El sabía de muy niño que la relación de sus padres no era la mejor. Pero todo empeoró durante su adolescencia. Hasta tal punto que ya no alcanzo con la separación. Él se había ido al extranjero… con una esposa mucho más joven… con un trabajo mejor remunerado y conceptuado.
El decidió que esto no lo debía afectar. Siguió con sus estudios primero y luego con su trabajo brillante en un par de empresas. Pese al poco contacto con su padre, sabía que tanto él como su madre aprobaban todo lo que había hecho. Aún el noviazgo con Liliana.
-¡Eh!... ¡Eh!... ¡Acá estoy!-El viejo ríe… el sueño trae otras evocaciones- ¡Acá!
La muchacha sonríe. La cara pecosa tiene un gesto ingenuo y pícaro a la vez. Un flequillo cubre la mitad de su frente, y una cascada de miel cae sobre sus hombros. Lleva aún puesta la camisa blanca que usa en el colegio. La pollera de tela escocesa, el corbatín flojo, medias tres cuartos y zapatos canadienses.
Su piel es fresca y rozagante. La boca se abre húmeda y ardiente. Y el beso es néctar que le invade su propia boca.
El viejo rezonga mientras cambia de posición en su duro catre. El recuerdo es dulce y amargo al mismo tiempo. Es un sueño que sana y vivifica… pero que al mismo tiempo lo hiere y lo mata. Porque por más que sea un sueño y el viejo duerma… el tiene conciencia que el sueño es pasado. Que no se puede recuperar. Que fue bello… y que le podría haber cambiado su triste existencia. Pero que ahora le sirve de muy poco; tal vez solo para suavizar un poco su áspero devenir.
-¿Pero que te pasa?-Pregunta ella.
-¡No lo se!... ojalá lo supiera… es un dolor aquí en el pecho.
-¡No te estarás por morir!
-¡No tonta!-Responde en su ensoñación- es solo una angustia que no se desde dónde viene.
-¡Ven!... yo te voy a calmar esa angustia-Dice ella intencionada.
El viejo ríe con ganas. Hasta ahora había sido el mejor sueño de esa condenada noche. Ahora volvían desde el otro extremo del pasaje la banda de chicos bullangueros. El viejo seguía riendo.
Los chicos hacen ronda alrededor de la pareja que se besa. El viejo perro callejero ladra de alegría y tira tarascones a las piernas de los chicos. ¡Quiere jugar la vieja bolsa de pulgas!
Desde la ventana él lo ve todo. Lo ve y no puede entender. Como está sucediendo eso y ya prácticamente ha amanecido. ¿Es que a nadie le interesa? ¿Solo a él lo horroriza la decadencia y el abandono?
¡Por fin llegan! ¡Ahí vienen los policías! ¡Era hora!
Los hombres de azul se acercan al portal. Al viejo que reposa. En un rato se forma un corrillo de curiosos que cuchichean sin parar.
-¿Qué pasó?
-¿Quién es?
A esa hora de la mañana… era muy difícil explicar ciertas cosas a alguien.
¿Qué se podía decir? ¿A quién le puede interesar?
El muchacho mira sin entender demasiado. Nadie podía explicarle que no siempre las cosas salen bien. Que una persona bien intencionada puede sufrir avatares que lo lleven a otro derrotero.
Que la empresa en la que uno se forjó una sólida reputación pueda quebrar. Que luego de recorrer mil pasillos y rellenar otros tantos formularios, no encuentres trabajo. Que junto a otros tantos que están en tu misma situación vuelvas a ver una y otra vez a las mismas personas… obteniendo la misma respuesta:
-¡NO!
Que la mujer que tú amas, desde aún antes de tener noción que era el amor, pueda dejar de amarte. Que te deje solo en el medio de la tempestad. Que te des cuenta que nada es para siempre… incluido el amor.
Que en algún momento de tu existencia… solo sentado en una plaza… abatido y sin salida… puedas pensar en algo desesperado. Y llevarlo a la práctica.
Que puedas empezar a robar y mentir. Que puedas engañar a amistades y familiares. Y que en tu caída no te des cuenta que una nueva bajeza te lleve a otra. Y que cuándo ya estás totalmente envilecido… te abandonas definitivamente, y te aíslas de los demás.
Entonces, al final del camino, lo único que te queda es esperar tu muerte. Mientras te arropas en los sueños que no fueron.
Quién podía explicarle al muchacho que estaba en un sueño viendo la imagen de su propio futuro.
El viejo… el viejo estaba en el umbral del portal. No pudo escuchar los pasos que se acercaban. Tampoco los murmullos. El soñaba su sueño eterno.


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