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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2009-07-27 | | …el viaje de Kamakura a Kyoto dura doce días. Su usted viaja durante once jornadas y se detiene en la duodécima, ¿cómo podría admirar la luna sobre la capital? Nichiren Daishonin — Carta a Nikke — Gosho Zenshu, Pág. 1439 —— — ¿Qué llevas para el viaje? — pregunta el anfitrión de Kamakura a uno de los viajeros conocido como El Hombre de la Luna. — Un jergón para dormir, la túnica para cubrirme, otro par de sandalias y palillos de Haki para limpiar mis dientes. También un poco de tofu al que administraré como a un escaso tesoro. — ¿Por qué viajan a Kyoto? — Estoy enfermo y busco un médico— contesta otro de los hombres — Yo voy a ganar dinero — ¿Y tú a qué vas? — pregunta al Hombre de la Luna. — A contemplar la luna llena que asomará en doce días. — Ahora deben contarme vuestros sueños — reclama el dueño de casa — Es una vieja costumbre. Se lo exijo a todos los viajeros y a cambio les doy asilo antes de partir — Yo sueño con una mujer embarazada que enferma luego de dar a luz — dice el hombre que viaja por dinero. — Yo sueño que soy muy anciano y vivo el momento de mi muerte. — ¿Y tú con qué sueñas? — Con la luna de Kyoto. Nunca la he visto, pero me la han descripto. Es enorme y se eleva detrás de los techos de las casas. Dicen que ocupa más de medio cielo y sus colores van de un rojo intenso a un amarillo pálido. — Es un largo viaje hasta Kyoto — Doce días exactos— afirma el Hombre de la Luna — De llegar antes o después, no será lo mismo. Hay que verla la primera noche, cuando se muestra como un círculo brillante cuyos lados se aplanan antes de exhibir todo su esplendor. Los viajeros se despiden del anfitrión y se ponen en marcha a la madrugada. — Nos adelantaremos — anuncian dos de ellos al mediodía. No nos interesa la luna. Yo voy a hacer dinero y él a curar su mal. Eso requiere de urgencia. Quizá nos encontremos en Kyoto. — Yo seguiré mi ritmo — explica el Hombre de la Luna — Llegaré a la capital en los doce días exactos. Los dos hombres se despiden y apuran el paso. Esa noche, bajo el brillo del cuarto creciente, el peregrino sueña con una mujer poderosa, rica y de mucha belleza. Se enamora de la imagen y tres días después, bajo el leve resplandor de la luna que crece, encuentra a la misma que vio en el sueño — He soñado contigo y te he amado. La mujer cubre su rostro y baja la cabeza antes de hablar. — Yo también te soñé y fui tuya mientras dormía. Esa noche se unen sobre un tatami. La luna los ilumina a través de la ventana. — Quiero que te quedes junto a mí — dice ella —. Deseo tener hijos contigo; guerreros poderosos que enfrenten al Señor. Seremos felices con mi dinero y mi poder No es necesario que marches a Kyoto. Puedes ver la luna desde nuestro valle; ella brillará todas las noches de tu vida. El hombre no responde. Vuelven a amarse y a la madrugada, mientras la mujer duerme, toma su morral de viaje, calza las sandalias y escribe una nota engrosando los rasgos para demostrar pasión. Hay una sola luna y me espera en Kyoto. Regresaré con su poder para que sigamos amándonos Al sexto día de su partida, el peregrino despierta en mitad de la noche. Lo rodean hombres armados. Sus rostros están ocultos. — La mujer que amaste nos ordenó que cortemos tu cabeza. Ella dijo: Entiérrenla en Kyoto. Desde su tumba podrá ver eternamente la luz de la luna que asoma por las noches. Dime qué nos puedes ofrecer a cambio de tu vida. — Donde termina el brillo de la luna de Kyoto, hay un arcón de monedas de oro. Cuando lo encuentre, te lo brindaré. Es parte de mi búsqueda y sólo yo las puedo hallar. Los asesinos le exigen que lo jure con sangre. Para celebrarlo ríen, cantan y beben, pero sus ojos permanecen fríos y brillan como lunas heladas. Lo escoltan durante dos días, recordándole en todo momento la promesa que los une. — Ahora nos vamos, pero seguiremos tus pasos — dicen al separarse. Al octavo día el viajero llega a una población. — ¡Ayúdanos, Hombre de la Luna! Aprisionados en un carro con rejas, están sus compañeros de viaje. Varios guardias los conducen a la prisión del pueblo. La gente comenta que han cruzado los senderos de las afueras del pueblo sin el permiso del Señor. El mismo se presentará en diez días, cuando llegue el menguante; entonces decidirá qué hacer con ellos. El hombre procura interceder. Ante la firmeza de su voz y la claridad de su mirada, los funcionarios deciden ayudarlo. Es recibido por un consejero del Señor. — ¿Qué quieres, viajero? — Deseo que liberen a mis compañeros de viaje. Marchan a Kyoto en busca de riquezas y salud. No han hecho ningún daño. — Hollaron sin permiso los senderos del sur. Deberán esperar a que llegue el Señor para que decida su suerte. En cuanto a ti, te aconsejo que te dirijas a la capital por el camino que bordea el monte Ameru. Te llevará un día más, pero si pretendes atravesar las tierras prohibidas, también ordenaré detenerte. Tu rostro refleja un corazón limpio. ¿Por qué quieres ir a Kyoto? Allí la vida es corrupta. En la pureza de Kamakura, vivirías feliz. — Voy a la capital a ver la luna llena. Ella brilla generosamente sin importarle la corrupción de la ciudad. Llegaré en el crepúsculo del día duodécimo y esperaré que asome como una hermosa mujer para recibir las bendiciones que brinda su luz. Te pido un solo favor. Déjame hablar con los hombres detenidos. El hombre llega al calabozo. — Los saludo, camaradas de viaje. No pude hacer nada por ustedes, pero cuando regrese de la ciudad, aún se encontrarán en esta celda. Entonces les brindaré el poder de la luna de Kyoto y quedarán libres. Ellos no responden y bajan sus cabezas. El peregrino se aleja y camina toda la noche alrededor del Monte Ameru . Al otro día llega al valle, encuentra una balsa en la orilla del río y con ella avanza hasta retomar el camino público fuera de las tierras del Señor. Según sus cálculos, casi ha recuperado el día que le falta. A la hora de comer, se encuentra con una anciana. — Voy a contemplar la luna de Kyoto. — Alguien de mi clan hizo el mismo camino, pero se equivocó, llegó el día undécimo y sólo pudo permanecer en la ciudad aquella noche. Desde entonces vive tristemente y llora al escuchar relatos sobre la magnificencia de la luna. Cuida de no perder el sendero y contar con precisión los días que faltan a tu viaje. El viajero revisa sus mapas celestes Los cálculos son correctos. A la noche observa con atención el cuarto creciente. Ciertas nubes brillantes en los extremos indican que la luna llena estallará en poco tiempo. Ya en el décimo día, cerca de Kyoto, lo alcanzan los asesinos. — Te vigilamos. No te has desviado de tu ruta. Luego del primer día de luna llena, esperaremos el oro. La sangre te ata a nosotros y si no cumples tu promesa, te espera una horrible muerte. Kyoto está llena de gente y de agitación. Con el dinero que le queda, el Hombre de la Luna compra algunas provisiones y atraviesa la capital hasta llegar a las afueras. El suelo está cubierto de pozos. Busca a un anciano. — Te pido que cubras este pozo cuando entre en él — pide — He venido a ver la luna llena. — ¿Cómo harás para verla en lo profundo de la tierra? — Es en las sombras donde la luna debe brillar. — Como quieras. Al amanecer, volveré a buscarte. El peregrino desciende con ayuda de una cuerda y se sienta sobre la tierra húmeda del fondo en actitud de meditar. La oscuridad es completa. Al rato, su interior se llena de luz y de paisajes. Es Kyoto que surge dentro de sí, rodeada de quebradas, verdes bosques y bajo un rojo crepúsculo. Allí, los asesinos esperan en las cercanías del pozo. La mujer que amó, arrepentida de haber ordenado su muerte, ha llegado a la capital y lo busca desesperada. En la cárcel del Señor, sus compañeros de viaje lamentan la libertad perdida y en Kamakura, el anfitrión que los despidiera mira el horizonte preguntándose por los viajeros. Cuando la luna asome, la mujer recibirá amor; los asesinos, dinero; libertad sus compañeros de viaje y agradecimiento el anfitrión. Llega la noche en la ciudad soñada por el hombre; el humo se detiene en las chimeneas de las casas y se apagan las luces bajo el cielo azul oscuro. Las tinieblas se cierran y lentamente madura el tiempo para que asome la enorme luna de Kyoto. Entre las sombras, el hombre espera. Ricardo Iribarren Registro Nacional de Derecho de Autor Nº 10—213—215 |
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