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XX36 PUNTA DE LA MADEJA
prosa [ ]

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por [sacanueces ]

2009-07-29  |     | 





“a: Jacinto, Anita, Ramiro y la casa cerca de dios”


te recuerdo limonero, limonero de limones amarillos
te recuerdo jacinto, jacinto el limonero que vivía dentro del gallinero
te recuerdo como una impecable noche estrellada, que de tal abundancia, eras un universo de limones amarillos, hasta se podían dibujar constelaciones con tus gotas doradas
recuerdo el gallinero, jacinto, donde vivías, por piso una alfombra de perejiles, en la alambrada, la mixtura colgante de zapallitos verdes y rozagantes calabacines que con sus enormes hojas enredadas, cubrían la timidez de estos vergonzosos
recuerdo el patio donde estabas con tu gallinero, de medianeras bajas, blancas y bajas y un pasto fresco y verde cubriendo la tierra
recuerdo la quinta que seguía al gallinero, contra la pared del fondo, con sus pimientos, las zanahorias y un manojo de choclos, el maizal, que era de dos por dos, pero ahí parecía de muchas hectáreas
el horno de barro recuerdo, el que se apoyaba contra una de las medianeras laterales, donde se podía soñar con el olor a pan recién horneado; soñar nada más, no se si alguna vez se hizo pan ahí
y en la otra pared de enfrente, la otra medianera, el tablón por banco y las macetas con los aloes veras y algunas pencas y cactus como símbolos de la resistencia natural
la heladera, recuerdo la heladera jacinto, la que estaba entre las dos ventanas por donde la casa miraba la medianera del fondo; las dos ventanas, ojos cuadrados por donde ella, también, te miraba con mucha exaltación, cuando atardecía o cuando la luna te dejaba a contra luz; la heladera decía, la que estaba entre las dos ventanas, ese cofre blanco que acunaba tesoros, picos y palas, donde todo lo que ahí se guardaba no eran cachivaches, sino cosas importantes que alguna vez servirían
invade con picardía mi memoria el afiche-cartel, el de la morena acostada con la cola tan bien dibujada que parecía una irrealidad, ¿te acuerdas jacinto?, bueno, seguro que era hecha para parecer así; apoyado estaba el afiche en la mesa que estaba en la entrada de la cochera
ah, la cochera! la cochera a cielo abierto, con su portón de madera con forma de arco, la renoleta cubierta por mantas, las bicicletas, la mesa con el afiche y por sobre todos la ropa tendida siempre en movimiento, mirándolo todo con bastante indiferencia
recuerdo la ventanita del baño que daba a la cochera, la que miraba el afiche, la mesa, el autito y a duras penas la ropa tendida, también con lomo redondo, y a su lado la de la cocina y la puerta, puerta que daba a la cocina-comedor , la que le decían: -la puerta de atrás-
¡ay jacinto, cuanto me acuerdo! en el comedor la mesa con sus sillas, con todas esas vituallas encima: libros, lápices, pinturas e hilos, vasos con agua a media asta, naipes, telas, y hojas… hojas en blanco, escritas, pintadas, dibujadas, textos de estudio, apuntes y gacetillas de las más variadas, las más de cines y teatros, más algún plato con galletas con dulce, de seguro: dulce casero… todas esas cosas que hacen la vida realmente muy importante... casi me olvido en este recordar: sonrisas, muchas sonrisas enganchadas por ahí o colgando de los respaldares de las sillas o desparramadas por ahí, entremezclándose con las otras cosas
una ventana doble que da a la calle, con su cortina negra, de negro telón, otrora fondo del mini escenario; y un sillón de tres cuerpos, de cuero borra-vino, donde tantas veces solté el alma a soñar, ah!... ahí me quedaba impregnado de la verdadera sensación de estar vivo; al otro costado, cerca de la puerta de entrada, la biblioteca saturada de libros, un perchero y el reloj que apostaba a detener el tiempo y la puerta que te mencioné… ¿te acuerdas jacinto?
me acuerdo del lavarropa junto a la puerta de atrás, casi debajo de la ventana de la cocina, y la mesada y la bacha, bacha siempre llena de platos que esperan, que siempre esperan… ¡si, como corresponde! y otra vez la mesada y en la pared el calefón y le seguía la cocina, con su sartén torrando falso café y al final la heladera; ella daba justo al filo donde empezaba el pasillo que nos llevaba a los cuartos y el baño; la heladera era heroica, soportaba todo tipo de imanes con frases célebres, TE. de pizzerías, anotaciones del día, de hecho viejas y pasadas, dibujos y todo tipo de curiosidades que ahí se podían sostener y dentro: agua fresca, dulces y algún huevo solitario, también en alguna espera
jacinto, recuerdo el pasillo con sus dibujos pegados a la pared y el baño; ese baño tan gris como una medusa gris silenciosa, con su ducha generosa y su ventanita blanca, y los cuartos, los tres cuartos; el del colchón doble en el piso con su imponente ropero y esa enorme cantidad de CD apilados por doquier y los libros y la compu y los instrumentos: órgano, guitarra, údu, ocarina y quena, y el micrófono, el bafle y la ropa y la pava y el mate y… y la nena
también recuerdos los otros dos cuartos, el del tablero y los disfraces y todas esas cosas tan importantes que uno no llega a imaginar, y el otro cuarto con la cama con almohada de caramelo, la mesa y el ajedrez y como en todos, bibliotecas con libros y más libros y… y la nena y él
si jacinto, la nena: ese pichón de corazón enorme que abrazaba con el alma, la vida de la casa, la música de la casa… su movimiento… y él, el poeta despeinado, el que cruzó la vida siempre en contra mano, era ese complemento que hacía de la casa el lugar más cerca de Dios, de ese dios re-loco que bendice a los poetas y a los seres demasiados sensibles, como eran ellos
esa casa amaba, me amó, me amaron
de los dos recuerdo con mucha fuerza: el amor; de la nena: sus enormes ojos, sus pechos firmes, sus abrazos tremendos y cada mirada con que me miró; de él: la locura, su silencio, la pasión y el corazón
así los recuerdo, jacinto, porque así me habitaron y aún me habitan en las entrañas
pero como todo sucede, sucedió: recuerdo la puerta por donde me fui, la de entrada, la de mi salida; recuerdo el rosal, el pasto ralo del frente, y el árbol que ya no estaba, y recuerdo la calle de tierra que fue llevando mis pasos a la parada, la parada de la calle asfaltada, donde tomé por última vez el colectivo, esa vez, ya, para no volver
él también se fue tiempo después, y se que quedaste vos y la nena y una inmensa soledad de amor vacío
jacinto , jacinto, limonero de amarillos limones, eres la punta de la madeja de esa triste historia de amor que aún no concluyó





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