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LA SIESTA
prosa [ ]
Cuento

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por [CANTACLARO ]

2011-02-26  |     | 



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mira al descuido el ramo en el florero azul. observa su entorno. se da cuenta que sí es cierto, el Tiempo se ha marchado y jamás volverá a motivar nuevas salidas de sol. camina haciendo malabares por el borde del muro, ése que separa los dos mundos, el de la realidad, el de cuentas exactas, de fórmulas y de palabras claras y el otro, el de inquilinato libre, este último, el que permite una estadía eterna; este de claroscuros, donde quisiera vivir o hibernar, o mejor será decirlo, donde quisiera al menos pervivir. en ése, donde los cohabitantes andan desnudos, exhibiendo collares de cristalitos de jade, dizque para acumular y dirigir las mejores y afines energías hacia sí. ésos, esmerados en su candidez, quienes cuidan jardines de flores nocturnas y estanques de aguas mágicas para mantener a la insaciable vieja cruel llamada Doña Ventura Incon Clusa. de ese mundo depende el equilibrio de sus energías y biorritmo. cada habitante es hostal y huésped. como siempre está triste, no logra el punto cero. su mirada hace languidecer a las flores. sí, está triste, presiente que algo se rompe en un lugar oculto del corazón y que la presa contenida por vidas, arrolla a su paso sus fuerzas y desnuda sus deseos. hoy, justo hoy, el parásito de la congoja le anuncia que el Tiempo está cansado de esperar su asalto. sus días están contados. por eso siempre se ha cuestionado cómo hacen los que viven allá afuera, en ese patio. sí, el de esa planada. allá, el del final del valle. sí, en ese lugar todos van cargados de tanto equipaje que en sus rostros se dibuja el agotamiento. qué gesto el de sus labios y el del entrecejo! todos exhiben esa mueca que indica que hay dolor, o tristeza, o ira. quieren caminar erguidos pero el gran peso que llevan les ha deformado la espalda y ahora es genético ese lomo en forma de coma, debido a eso, ese sitio fue bautizado La Joroba. los nativos, los jorobalinos, se ufanan de su pose arrodillada que les permite lamer las huellas de otros e ignorar mundos, pero a pesar de ese agobio de penas, sonríen. a su manera aman, disfrutan de los amaneceres y de las puestas de Sol. si, hoy está de muerte. asiste cada instante a su deceso, se mira muerta, escucha el aleteo cercano de las carroñeras y cree que son los ventiladores de una habitación en el trópico amado. se han encendido porque presienten algún último estío. cómo quisiera estar en La Joroba, ser una jorobalina más y cargar toneladas de penas pero sonreír; ser deforme pero yacer sobre el césped en compañía del beso tibio de la tarde despidiendo el Día y dándole la bienvenida a la celestina Noche. los habitantes de La Joroba han sido despectivamente llamados genuflexos, pero ya quisiera ser uno más entre ellos y olvidar el código de barras que le aplicaron con láser detrás de la oreja izquierda. después de marcada la dejaron en ese filo, en hamaqueo de indecisiones, siempre mirando hacia los dos mundos pero jamás habitando ninguno. muy de cerca La Pelona le coquetea, al punto que, inmiscuida en su buzón, le deja mensajes íntimos, invitándola a seguirle con la promesa de hacerla habitante, no solo de esos dos mundos que vislumbra, sino de todos los que existen y que aún no presiente. ya le tiende la mano, ya quiere asirse a esa guadaña pero no alcanza a decir sí... la ternura de los juegos y cantos de un hermoso niño la despiertan de golpe, de esa forma se da cuenta que han transcurrido solo unos minutos de la siesta. no, no era la siesta! está tendida debajo de un Datura Arborea... se va! se va...! es el grito de todos.


ana lucía montoya rendón
febrero 2011


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