Afuera, el ruido de los coches sigue igual que ayer. Los neumáticos canturrean un monótono mantra contra la calle empedrada; también la risa de los niños que juegan a brincar sobre los charcos que dejó la lluvia nocturna, es la misma risa de ayer cuando jugaban a cazar mariposas; incluso, el aroma del café recién molido de la pastelería de enfrente, sigue siendo el mismo, tan tentador y dulce.

Son las 9 de la mañana de este martes, un martes como cualquier otro; lo sé porque el cartero que siempre pasa dejando sobres en los buzones, acaba de hacer sonar su silbato anunciando que hay correspondencia, incluso los rosales tienen las mismas rosas rojas que tenían ayer, tal vez un poco más abiertas y quizá un poco más rojas y el gato gordo y gris que duerme sobre la vieja tapia cubierta de bugambilias de mil colores, se ve igual de gordo y gris que ayer.

También se oye igual la música que se escucha desde alguna desconocida parte de la larga calle, es una música suave y lejana que sigue produciendo nostalgia en mi alma... igual que ayer...

Y el espejo sigue reflejando el mismo rostro, con los mismos ojos brillantes y la misma sonrisa, de ayer, de antier, de tantos días felices.

Lástima.

Lástima que no existe un espejo que refleje las almas, que no muestre el interior y lo intangible. No hay espejo que muestre que algo cambió, que muestre que a un corazón herido le falta un pedazo aquí y otro allá, y que a pesar de ello, sigue latiendo.

No hay un espejo que refracte que ahí, sigues estando tu, aferrado egoístamente a él con las uñas, con los dientes. No hay ningún espejo que muestre las lágrimas invisibles que anegan el alma, ni tampoco uno que muestre la determinación y el cansancio de postergar el adiós.

Ninguno en el que los demás vean con que fuerza se lucha para finalmente aceptar reconocer que se fue vencido por el olvido, ninguno que muestre las batallas perdidas, dolorosas.

Ayer dijiste adiós. Ayer dije adiós. Dentro de aquí, de este pecho que está lleno de cosas que ningún espejo puede reflejar, sólo hay una certeza: este es ya, un amor - desamor sin retorno, afortunadamente... no hay espejo que refleje las almas rotas.

En cambio, este espejo sigue firme, reflejando mi sonrisa.

Y afuera, siguen pasando los coches y los niños brincando en los charcos, sigue oliendo a café, incluso iré por una taza y de paso veré que dejó el cartero y cortaré una rosa roja y dejaré al gato una lata de atún y tomaré la vereda mientras silbo la canción que surge de quién sabe dónde, e iré por la vida con los ojos brillantes y una gran sonrisa, a fin y al cabo que los espejos no reflejan el dolor.