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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-10-06 | |
Su esposa no lo sabía, pero para Raúl Godínez, esa triple sensación que acababa de experimentar, había sido la mas agradable y placentera que su cuerpo, cansado y vetusto, había sentido en los últimos seis meses. A pesar de sus treinta años de casado, nunca nada había sido tan intenso y, habría que admitirlo, será lo mejor que pueda recordar en lo que le resta de vida.
Con el primero se vino de manera repentina. Era cerca de la media noche y cuando Emilia, su esposa, se acurrucaba placidamente en la cama a un lado de él. Ella aún no terminaba de desvestirse siquiera, y entonces… pasó. Raúl sintió que un hormigueo incesante le recorría la piel. Aspiró profundamente; su cuerpo se arqueó en un profundo espasmo, mientras su rostro se desfiguraba en diversas muecas caprichosas. Por fin dejó escapar un sonoro gemido, alargado y sugestivo, que cualquier pareja de recién casados envidiaría. Sintió entonces una descarga eléctrica que sacudió su cuerpo de pies a cabeza y lanzó un corto suspiro. El segundo, tan sólo unos instantes después del primero, se dejó venir, intempestivo y amenazante. Esta vez, no estaría desprevenido, así que abrió los brazos y se apoyó con ambas manos contra lo primero que tuvo a su alcance: la cabecera de la cama. Sus dedos se crisparon enrollándose en las molduras de madera y respiró cortadamente, mientras cerraba los ojos para intensificar la sensación, o tal vez para evitar que se le escapara. Pasaron unos instantes, tuvo la impresión de que no lo lograría, pero le vino un jadeo incesante y estruendoso que volvió a sacudir su cansado cuerpo, envolviéndolo en un aturdimiento momentáneo. Tan embriagador, como placentero. Nunca antes había tenido la oportunidad de sentir dos, tan cerca el uno del otro y así, de manera tan ruidosa. Con el tercero, los músculos de su cuerpo se tensaron otra vez. Los dedos de ambos pies se engarruñaban contra sí mismos; sus manos se aferraron de nuevo a la cabecera de la cama, como resortes acerados a punto de reventar. Sintió entonces que se le agitaba el corazón y se le aceleraba el pulso; le faltaba el resuello. Pensó que sus fuerzas no serían suficientes para soportar el tercero… hasta que llegó. Este fue, sin duda alguna, el mejor de todos; el más intenso y escandaloso de los tres. Raúl no se dio cuenta que las almohadas, sabanas y cobijas, quedaron empapadas. Emilia apenas si tuvo tiempo de cubrirse durante el suceso. Buscó entonces la caja de pañuelos y presurosa se limpió de la cara los fluidos emanados de su esposo. Raúl quedó tirado sobre la cama, exhausto y con los ojos en blanco, debilitado por el esfuerzo. Trató de poner en orden sus sentidos, liberando las tensiones con un ahogado suspiro. La vitalidad de la que hacía gala en su juventud, había menguado al punto del agotamiento extremo, pero se sintió mejor. Emilia, por el contrario, se sentía un tanto avergonzada por el escandaloso suceso. Como de costumbre, se sentía insatisfecha y a la vez preocupada por el estado en que se encontraba Raúl. Se levantó de la cama y se alejó de la habitación musitando… Tres. ¡Tres de un solo golpe, y quedó exhausto! Habrá que hablar con el doctor. A Raúl le hace menos falta la viagra que las aspirinas. Si hubiese tenido otro estornudo más, seguro se muere. Ese maldito catarro lo esta matando. Esto no puede seguir así. ©Raymond
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