Pensé que la espera me heriría por fin con su tedio, pero no. Desfilaron ante mi miles de personas, una por una, una por una, dándome esa posibilidad de ser espectador no comprometido. Todos pasaron frente a mi y yo sin ser visto. Nadie recaló en mi presencia, fui una sombra azul, un crepúsculo ciego.
De diestra a siniestra, de izquierda a derecha, en trasversales o diagonales, en horizontales o verticales, en todas las direcciones y sentidos; con sus ojos abiertos, despiertos o sonámbulos , o casi adormilados. Miles de caras de miles de historias reflejadas en los seños fruncidos, en los ojos desorbitados, en esa impavidez de bellotas verdes, en sus sonrisas marmóreas, en las sencillez de sus tristísimas miradas.
Montones de manos, montones de vidas izquierdas y derechas, colgando en las puntas de los brazos como péndulos arrítmicos. Manos entrelazadas, ceñidas a brazos, mostrando las horas, gesticulando el tiempo, con sus montones de dedos;
aburridos dedos, desenfrenados, curiosos descubridores, dedos que cuentan, dedos que señalan, que rascan, que hurgan.
Manos con dedos agarradas a paraguas, a valijas, agarradas a las sombras, a las brisas , a bolsos.
Manos con dedos agarradas a los brazos, a las manos a los dedos; manos metidas en los bolsillos, dedos metidos en los anillos, y otras manos con todos sus dedos corrompiendo pulseras.
Y montones de pantalones forrando piernas, siguiéndoles el tonto ritmo de un dos, un dos. Pantalones cortos, largos, a rayas, floreados, lisos de jean, de franela, con bota manga, con botones o cierres. Y otro montón de polleras desde donde se descuelgan piernas; piernas flacas, gordas, con medias tres cuarto, con cancanes, también rayadas, o lisas, haciendo las mismas monótonas piruetas que las que están dentro de los pantalones, forradas por ellos, las de un dos, un dos.
Todo frente a mi como un gran desfile con payasos tristes y marionetas. Todos yendo y viniendo, por todos lados andando y escarbando para mi.
Pensé que el tedio de la espera me heriría de ausencia, fue lo opuesto. Esta gran comparsa, esta marejada de transeúntes, este flujo inmenso de viajantes, esto de llagar y partir, lo de colectivos y changarines, esta masa humana como hormigas humanas, de adolescentes mochileros, de hombres serios de saco, corbata y maletín, de abrazos y lágrimas, de despedidas y bien venidas.
Todo esto, todos esos pies, esas manos, esas caras, esos zapatos, esos dedos, esas gentes en sus ir y venir como repechaje de loquísimas olas.
Todo eso hizo que perdiera mi colectivo.
Pensé que el tedio me heriría pero no fue así.