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Cuentos de Las Orquídeas y sus alrededores
prosa [ ]
Capítulo I, Martita

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
por [VeronicaCurutchet ]

2006-01-13  |     | 



-Es comida, sentate y comé.
Juan miraba la comida que reposaba en el plato de lata que estaba delante de sus narices; mirando el contenido pensaba...
-¡Qué diablos, esto es una mierda!¿cómo puede comer Jerónimo esta basura todos los días?
El platillo consistía en una sopa amarronada con unos pedazos de masa parecidos a ñoquis y trozos de carne de víbora más cruda que cocida. Una porquería, como decía Juan, pero si la víbora estuviese asada en vez de hervida quizá la hubiera comido con gusto.
El calor de la selva era insoportable. Los bichos rezumbaban alrededor y los mosquitos parecían inmunes a todo repelente conocido.
El catre esperaba en el rincón del rancho húmedo y sucio, sin almohada y con un tul ennegrecido que hacía las veces de protección contra los bichos nocturnos y de sábana.
En el rincón opuesto Martita seguía tejiendo con afán como si el calor le diera fuerza.
-Jerónimo, ¿no hay otro lugar a donde pueda dormir Martita?
-No.
-¡¿Pero por que?!
-Porque no, ¡he dicho carajo! Dejá a Martita en el rincón que ahí está bien; es una señora, no te atrevas a hacerle nada.
-¿Y qué podría hacerle? ¿Matarla?
-Mirá pendejo, que estemos en el medio de la selva no quiere decir que puedas hacer lo que vos querés, ¿tá claro?
-Tá claro Jerónimo.
Y Juan se acostó, se tapó con el tul y se puso a soñar despierto con la ciudad. Se durmió..., y soñó con una casa blanca, con una heladera llena de comida y de gaseosas y agua limpia y fresca, embotellada, soñó con una ducha y con jabón perfumado y toallas...muchas toallas suaves.

El día amaneció denso, pesado. Todos los días igual, día tras día la humedad, el calor y la oscuridad de la selva tupida.
-Vamos Juan, tomate un mate y vamos a trabajar.
Juan, más abatido que de costumbre agarró el mate que le ofrecía Jerónimo y chupó su desayuno mientras miraba a Martita que seguía en su sitio tejiendo sin parar.
-Algún día voy a matarte –pensaba, y se levantó dejando el mate en el piso de tierra del rancho.
Machete en mano se fueron los dos hombres a trabajar más adentro de la jungla que el día anterior. Trabajaron todo el día, macheteando acá y más allá, en busca del helecho que el Gringo del vivero necesitaba: una especie rara que crece selva adentro en plena oscuridad; pero el Gringo porfiado decía que iba a poder hacerlo crecer en el vivero y se había emperrado, y de tal capricho se desprendió una buena suma, mitad para Jerónimo y mitad para Juan. El Gringo ya había pagado, faltaba encontrar la planta.
Luego de catorce horas de trabajo volvieron al rancho. Juan agarró la esponja, la mojó en agua de lluvia y se dio un baño sin jabón. Jerónimo hizo lo mismo a continuación.
Juan preguntó con inocencia qué iban a comer.
-Lo mismo di ayer m´hijo, lo mismo, lo mismo.
-La que te parió Jerónimo, qué, ¿ no hay otra cosa pa´morfar?
-No te quejés, si te oyera el Gringo te putea.
-¿Y por qué me iba a putear ese Gringo de mierda?
-Porque comer bicha es un manjar pa´él, le gusta mucho.
-Bueno –le dijo Juan– que venga y coma él esta porquería y yo me voy pa´l vivero a comer tomates y duraznos,... y naranjas, ¡me muero por una naranja de ombligo!
-Tranquilo m´hijo, que te queda poco acá – y seguía revolviendo la sopa de víbora. Juan se puso a leer una historieta, la misma que leía desde hacía seis meses. Ya se la sabía de memoria pero le gustaban los dibujos. Levantó la vista y miró el rincón de Martita...
-Jerónimo mirá...
Jerónimo miró para donde señalaba Juan. Martita no estaba, estaba su tejido pero Martita había desaparecido.
-¡Te dije – gritaba Juan – te dije que había que encerrarla!
-Güeno che, no te preocupés, siguro tenía hambre y se jué a buscar algo de comer.
No hablaron más y con desgano Juan comió el menjunje de Jerónimo. Se enjuagó la boca y se fue a dormir pensando en Martita que no había vuelto la muy guacha.
Amaneció como todos los días: insoportablemente húmedo y caluroso. Se levantó y vio con sorpresa que Jerónimo seguía durmiendo.
-Qué raro este hombre…, siempre se levanta antes que yo.
Se acercó al catre de su amigo y corrió el tul protector.
El grito de Juan se escuchó en toda la selva.
Martita tejía... Jerónimo estaba muerto y la araña lo amortajaba en seda.
-Como si supiera –pensaba Juan- como si supiera...

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