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Sangre Fría
prosa [ ]
tenía que encontrar a mi objetivo antes de que perdiera el valor.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
por [MujerSol ]

2007-09-04  |     | 



Soy Jana, crecí al lado de mi madre, las dos solas. Mi padre nos abandonó cuando cumplí los once años; no lo extraño, como tampoco extraño los golpes y las vejaciones, gracias a dios que se fue. No sé por qué pienso en él precisamente en este día que estoy cumpliendo mis 15 años, quizá porque esa misma mañana, en el mercado me dijeron que lo habían visto por el pueblo.

Cuando regresé a casa le conté la nueva noticia a mi madre. Ella perdió el color, fue sólo un instante y se recompuso tan rápido que por un momento pensé que había imaginado su incomodidad, se levantó del sillón donde se sentaba a leer cada momento libre que tenía, pero antes de salir de la estancia se volvió a mi y me dijo que: “todo tiempo se cumple”.

Olvidamos tácitamente el incidente. Para este tiempo teníamos un magnífico plan; después de que lo lleváramos a cabo seríamos otras, nuestras vidas cambiarían, sobretodo si me atrevía a seguir al pie de la letra cada una de las instrucciones de mi madre. No me gustaba que ella, a veces, tuviera esa mirada tan distante y esa determinación que comparada conmigo me hacía sentir débil y desvalida. Mi madre no entendía que yo no tengo la sangre fría. Yo estaba segura que no la tenía.

Absorta en mis pensamientos no la sentí regresar, me sobresalté al oírla decir muy cerca de mi –tienes que degollarlo-, la fuerza de la imagen hizo que un escalofrío me recorriera desde la nuca hasta la espalda. -Un solo tajo que le corte la garganta de lado a lado-, proseguía ella. -No vayas a cerrar los ojos, tienes que ver cómo se va desangrando, ver cómo la vida se le escapa entre pataleos e intentos por beberse el aire-, dijo con una sonrisa en los labios que me revolvió el estomago tan sólo de imaginar la escena.

Su mirada me hacía saber que disfrutaba con mi nerviosismo, se reía un poco de mi porque sabía que odiaba hasta el olor de la sangre. En ese momento tomé una decisión, tenía que demostrarle que era digna hija suya. El sol ya estaba lo bastante alto, era hora de enfrentarme a lo inevitable, fui a la cocina que olía a chiles asados, ajo y ajonjolí tostado; tomé el cuchillo más grande y lo afilé con esmero, lo empuñé y salí por la puerta de la cocina, tenía que encontrar a mi objetivo antes de que perdiera el valor.

Caminé despacio hasta encontrarlo, sentía la sangre palpitándome furiosa en las sienes, los golpes del corazón eran como una estampida de animales salvajes y tan fuertes que casi me impedían respirar.

Llegué hasta él, no fue difícil dar con él, menos acorralarlo sin que presintiera mis intenciones, al fin y al cabo era bastante viejo y ahora, cojo. Me acerqué a él sonriéndole dulcemente para que no adivinara mis intenciones. Casi me arrepiento cundo vino dando leves saltos a refugiarse en mis brazos mansamente.

Pero de mi dependía que ese día fuera inolvidable, así que fríamente, con la sangre muy, muy fría le acaricié la cabeza mientras le decía que lo quería... cómo si entendiera esas palabras, me miró fijamente a los ojos, hasta sentí que él también me sonreía; entonces él cerró los párpados, fue un momento, un segundo que aproveché para descargar un solo golpe con todas las fuerzas de las que era capaz.

Y sucedió lo que dijo mi madre, su pico se abría y cerraba tratando inútilmente de agarrar aire mientras la sangre manaba a borbotones, mientras que su única pata no le servía para levantarse y salir huyendo como hacen todos los pollos cuando son degollados.

Sonreí contenta, había pasado la prueba, esa noche, cenaríamos mole para festejar mis 15 años; mi tiempo se había cuplido, a partir de ese día, entraba como socia al negocio de mi madre, ya tenía lo suficientemente fría la sangre para matar los pollos que luego venderíamos en el mercado.

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