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■ Tierra baldía
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-01-03 | |
Tras una noche agitada, K despertó convencido de haberse transformado en un grotesco insecto. Todo era diferente para él, todo distinto. Esta nueva relación con su entorno, le ofrecía nuevas posibilidades de ser. Hasta algunas, que jamás había soñado. Salió de su habitación para ver cómo reaccionaba su familia, ante su singular metamorfosis. Ellos le aguardaban en la mesa, durante el desayuno. Pero al verlo llegar, no manifestaron ninguna reacción en lo absoluto. Lo saludaron con el tono de siempre. Sus alimentos habituales lo aguardaban. El, trató de hacerles saber lo mucho que había cambiado. Lo prodigioso de ese acontecimiento. Ellos lo escucharon con una sonrisa y le hablaron conciliatoriamente. Le explicaron que había tenido pesadillas, y que seguro aún no se recuperaba de ellas. Que se calmara y que comiera. K se alejó de ellos, airado. Se encerró en su habitación. No, no era posible. Le mentían, podían ver su nuevo yo, pero no querían aceptarlo. Era un insecto ahora, sentía sus antenas, su miríada de patitas a los costados, su caparazón rígido a la espalda. Le estaban engañando al no atestiguar su transformación evidente. Corrió a mirarse al espejo. También era falaz. Por algún mecanismo atroz, le impedía reconocer en ese reflejo alterado, sus nuevas facciones. K miró detrás del espejo, buscando algún truco. Angustiado de dudas arrojó el cristal al suelo, en donde se hizo trizas. K se inclinó y vio allí, en cada fragmento, su alterado rostro. Imposible contemplarse allí. Se arrojó al lecho a llorar su pena. Escuchaba a sus zumbidos tristes, logrando estremecer la casa entera. Súbitamente tuvo una esperanza. Su más querido ser, su hermana menor. Ella no podría mentirle. Estaban tan cercanos. Se agazapó en un rincón y esperó hasta la vuelta de su hermanita, ausente en ese momento. Pero pasó el día y la noche y ella no regresó. A la mañana siguiente, K desesperado, salió de la casa lleno de premura, ante la indiferencia de todos. Se aproximó al puente que cruzaba el río caudaloso. Y lleno de aflicción, se arrojó a las aguas.
Cuando caía, en su último instante, K pudo ver el rostro angustiado de su hermana menor, llamándole asomada, en el barandal del puente. Y hasta en ese postrero instante guardó la esperanza, de que sus alas plegadas despertarían ya, y lo salvarían para llevarlo hasta ella… y más allá, detrás, hasta el mudo cielo azul. Copyright © Jesús Ademir Morales Rojas. Todos los derechos reservados.
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