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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2007-09-01 | | Mutis cuando trabaja en la Esso Álvaro Mutis nació en Bogotá. Hijo de un abogado que había sido secretario de un presidente y luego ingresó a la diplomacia, en 1925 viajó a Bélgica con su familia, como ministro consejero de la Embajada en Bruselas, donde el futuro poeta viviría hasta los nueve años, cuando su padre murió, de repente, a la edad de 33. Pero el personaje que mas intervino en su formación de niño fue su madre, un ser muy especial. Según García Márquez, "Estos exabruptos de Álvaro nos sorprenden menos a quienes conocimos y padecimos a su madre, Carolina Jaramillo, una mujer hermosa y alucinada que no volvió a mirarse en un espejo desde los 20 años porque empezó a verse distinta de como se sentía. Siendo ya una abuela avanzada andaba en bicicleta y vestida de cazador, poniendo inyecciones gratis en las fincas de la Sabana. En Nueva York le pedí una noche que se quedara cuidando a mi hijo de 14 meses mientras íbamos al cine. Ella nos advirtió con toda seriedad que tuviéramos cuidado, porque en Manizales había hecho el mismo favor con un niño que no paraba de llorar, y tuvo que callarlo con un dulce de moras envenenadas. A pesar de eso se lo encomendamos otro día en los almacenes Macys, y cuando regresamos la encontramos sola. Mientras los servicios de seguridad buscaban al niño, ella trató de consolarnos con la misma serenidad tenebrosa de su hijo: 'No se preocupen. También Alvarito se me perdió en Bruselas cuando tenía siete años, y ahora vean lo bien que le va'." La temprana muerte de su padre les hizo regresar a Colombia donde ocuparon una hacienda en Coello, parte de la herencia que habían recibido del difunto. Allí, en ese lugar del trópico, parece haber surgido buena parte de la materia que nutre sus escritos. Nocturno Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales. Sobre las hojas de plátano, sobre las altas ramas de los cámbulos, ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima que crece las acequias y comienza a henchir los ríos que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales. La lluvia sobre el zinc de los tejados canta su presencia y me aleja del sueño hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego, en la noche fresquísima que chorrea por entre la bóveda de los cafetos y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes. Ahora, de repente, en mitad de la noche ha regresado la lluvia sobre los cafetales y entre el vocerío vegetal de las aguas me llega la intacta materia de otros días salvada del ajeno trabajo de los años. Aún cuando nunca terminó el bachillerato, Mutis frecuentó en Bogotá al poeta de derechas Eduardo Carranza, cuando era profesor de literatura en el Colegio del Rosario, regido por jesuitas, pero los billares de los cafés cercanos, el Europa y París, pudieron más que las altisonantes declamatorias del joven maestro del piedracielismo, fanático admirador de Primo de Rivera y Mussolini. A los 18 años ya trabajaba como director de la Radio Nacional de Colombia y para 1948, según dice todo el mundo, publicó un libro que nadie ha visto nunca, porque habría desaparecido entre las batallas del 9 de Abril, La balanza, en compañía de Carlos Patillo Roselli y con supuestas ilustraciones de Hernando Tejada. Luego ingresaría a la Compañía Colombiana de Seguros y la empresa de aviación Lansa. Debido al manejo caprichoso de unos dineros de la multinacional imperialista Esso, donde era jefe de relaciones públicas, se vio obligado a dejar Colombia y viajó a México en 1956, donde reside hasta nuestros días. A los tres años de su arribo a México, se hicieron efectivas las demandas en su contra y Mutis fue detenido en la cárcel de Lecumberri, durante 15 meses, acusado de sobornar a los miembros de la Constituyente de Rojas Pinilla contra una eventual nacionalización del petróleo, expediente que sería borrado, literalmente, del mapa, gracias a la intervención de su amigo, el entonces canciller y futuro presidente de Colombia, Alfonso López Michelsen. A los pocos años de salir de la cárcel, se convirtió en gerente de ventas para América Latina de la Twentieth Century Fox, y luego de la Columbia Pictures, y así continuó durante 23 años, hasta que en 1988 se jubiló. Porque como ha dicho alguien recientemente, Mutis sólo en estos lustros postreros ha vivido de los libros, pues durante años gozó de las canonjías de sus numerosos empleos de publicista, desde locutor de noticias y actor de radionovelas, director de la Radio Nacional y la emisora Nuevo Mundo; vendedor de publicidad para televisión; director de un programa de Encuentros de Televisa; o de la publicidad de la cervecería Bavaria y la corporación de doblajes Cinsa, donde prestaba su voz para narrar las persecuciones de la policía de Chicago a los amigos de Al Capone. Mutis es el escritor colombiano que mas premios ha recibido en la historia de su nación: Comendador de la Orden del Águila Azteca, Doctor Honoris Causa por la Universidad del Valle, Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, Gran Cruz de la Orden de Boyacá, Orden al Mérito, Orden de las Artes y las Letras del gobierno de Francia, Premio Cervantes, Ciudad de Trieste de Poesía, de la Crítica "Los Abriles", del Instituto Italo-Latinoamericano de Roma, Grinzane-Cavour, Médicis, Nacional de las Letras, Nacional de Poesía, Nonino, Príncipe de Asturias de las Letras, Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Roger Caillois, Rossone d'Oro y Xavier Villaurrutia, Tanto la llamada "poesía" como la "prosa" de Mutis son ejemplos flagrantes del arte de la sociedad de consumo. Un "arte" que vende el mejor de sus productos: el rechazo ramplón de lo que conocemos como modernidad, con sus ofertas de igualdad, libertad y fraternidad, consideradas por Mutis otras supersticiones de nuestro tiempo. Para él la literatura fue mera entonación o estilo, no comunicación. Heredero de la voz radial de Jorge Zalamea en sus traducciones de Perse, Mutis hizo de sus monodias presagio de la vacuidad, o como él prefiere llamarla: desesperanza. Desde Los elementos del desastre (1952), Reseña de los hospitales de ultramar (1959) y Los trabajos perdidos (1964) el asunto es lo mismo. Según José Miguel Oviedo "todos sus poemas revelan la misma actitud" pues animados por una idea fija, "todas las palabras empleadas en el fondo son iguales ya que es uno mismo el sentido que se les otorga..." Y agrega: "Mutis es uno de esos poetas que, a cualquier edad, escriban lo que escriban, dicen siempre lo mismo..." Cobo Borda ha descubierto, además, que "Un libro de Enrique Molina, Costumbres errantes o la redondez de la tierra, aparecido en 1951, manejaba los mismos tópicos de Mutis." Decadencia, soledad, ruina física y moral, trivia, abulia, pocilgas, camastros, mendrugos, trapos y errancia son las rutas y geografías que recorre sin descanso, y sin que importe al lector, Maqroll El gaviero, sosías y único pretexto literario de Mutis. Todo ello singularizado en cafetales, techos metálicos donde retumban las lluvias, catres desvencijados que resisten la angustia de quien descansa en ellos, hoteles de puerto de mar o de tierra, trapiches, quebradas murmurantes, mujeres opulentas de baja o dilapidada condición, socavones de minas, frutas descomponiéndose por el horrendo calor que nos acosa por todas partes, viejos combatientes desamparados y perdidos, colegios, hospitales, etc. Y como en las óperas de magia, el cambio de telón apenas deja sospechar un cambio de escenografía: Bengala, Riga, Lisboa, Nueva Orleáns, Tashkent, Akaba, Caucasia, Alaska, Trinidad, Jamaica, Spira, Amberes, Cocora, Paramaribo, Hamburgo, Cádiz, Belem do Pará, etc., todos los caminos llevan a lo mismo. Quien maneja los hilos del místico aventurero Maqroll, y el aventurero mismo, nunca conocieron las gratificaciones de la salud corporal, el diálogo y el entendimiento, sólo la peste del cuerpo y el monólogo. Para ellos, avezados forajidos, acaso apenas importe reflejar en los Otros y ¿el lector? su chorro de voz y la miseria de sus recuerdos. Octavio Paz, reseñando Los elementos del desastre, resumió lucidamente ese mundo: "El paisaje espiritual y físico del Gaviero es insoportable de varias maneras. Enumeraré algunas: la precisión en el horror chabacano, la alianza del esplendor verbal y la descomposición de la materia, la descripción de una realidad anodina que desemboca en la revelación, apenas insinuada, de algo repugnante; la familiaridad con las imágenes desordenadas de la fiebre y, también, con las repeticiones del tedio y del aburrimiento; el gusto por las cosas concretas e insignificantes que, a fuerza de realidad, se vuelven misteriosas; la predilección por el encuentro de objetos cotidianos y vulgares en un escenario extraño, presencias que no dejan de producir escalofrío…." Harold Alvarado Tenorio Revista Arquitrave |
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