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La Bestia
ensayo [ ]
Juego de ojos Compilation: Juego de ojos

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por [MAGSA ]

2008-06-19  |     | 



El 18 de enero de 1989 Bruce Chatwin murió de Sida en un hospital del sur de Francia. Una carroza con cortinas de satén dorado y estrellas azules transportó el cuerpo macilento a un crematorio cerca de Niza y ahí se llamó a un sacerdote griego ortodoxo que estaba arbitrando un partido de fútbol para que oficiara una misa antes de que los restos del escritor fueran colocados en el horno. Cuando todo terminó, los integrantes del cortejo fúnebre se fueron a comer.
Tres semanas más tarde Elizabeth Chatwin y Paddy Leigh Fermor llevaron las cenizas a Grecia y las depositaron, con una libación de vino, al pie de un olivo en el huerto de una capilla bizantina consagrada a San Nicolás y almorzaron a la sombra del árbol. Así encontró reposo aquel hombre de intensos ojos azules, apuesto como gacela y dado a la melancolía, seductor de mujeres y varones, incapaz de permanecer en un mismo lugar, que un día abandonó su vida inglesa para irse a vivir al Sudán y convertirse en uno de los más extraordinarios peregrinos y escritores del siglo. Su vida atormentada, juzgó Salman Rushdie, fue un constante escapar de la bestia que llevaba dentro.
Recorrió a pie los desiertos de Africa, las áridas extensiones de la Patagonia y los misteriosos eriales australianos en donde el tiempo se detuvo en una época anterior a la memoria del hombre. Tuvo amores indiscriminados y publicó seis libros que no son de fácil clasificación. Uno de sus más conocidos, En Patagonia, acepta muchas lecturas: es sin duda una novela, pero también un diario de viajes -muy cercano, incluso en estilo, a Far Away and Long Ago de William Henry Hudson, el delicioso volumen de recuerdos aparecido en 1918. Sus viajes por Dahomey y Brasil dieron lugar a una novela sobre el comercio de esclavos, El virrey de Ouidah (1980). La colina negra (1982) describe la vida en una granja galesa. Para mi gusto, La línea de la canción (1987), en donde recoge la vida de los nómadas y los aborígenes australianos, es el mejor.
Este inglés de Sheffield que nació a las ocho y media de la tarde de un caluroso 13 de mayo del año de Dios 1940 en el seno de una familia de clase media “sin pretensiones”, fue un misterio y una luz para quienes le rodearon. Vivió una niñez enfermiza. Su tío favorito fue asesinado en algún lugar del Africa Occidental Británica -en donde hoy se asientan Nigeria, Gambia, Sierra Leona, Benin, Ghana y parte del Camerún- y esto avivó la imaginación del muchacho, quien se impuso leer todo lo que encontró sobre ese rincón del Imperio.
La gran escritora y activista Susan Sontag comparó su encanto con el de Jack Kennedy. “No es sólo belleza... es una luminosidad, es algo en la mirada... ¡y fascina a ambos sexos...!”
Nicholas Shakespeare, quien sería su biógrafo, lo conoció en su estudio de Eaton Place en donde una bicicleta estaba recargada en la pared y un libro de Flaubert tirado en el suelo. “Era más joven de lo que había imaginado, con aspecto de refugiado polaco, anoréxico, pantalones anchos, pelo gris rubio, ojos azules, facciones afiladas... y no dejó de parlotear desde el momento en que ingresé a su pequeña habitación. En minutos me había dado el teléfono del rey de la Patagonia, el del rey de Creta, el del heredero del trono azteca y el de un guitarrista de Boston que se creía Dios”.
A Chatwin no le gustaba dar entrevistas, pero Shakespeare lo convenció de que participara en una de televisión junto con Borges. Cuando vio al argentino, comenzó a parlotear sobre sus libros y su obra. “¡Es un genio!”, dijo en voz alta. “No puede uno salir sin su Borges. Es como empacar el cepillo de dientes”. El viejo escritor, quien avanzaba por el pasillo del brazo de Shakespeare, escuchó esto, se detuvo, alzó un poco el rostro y sin dirigirse a nadie en particular, exclamó: “¡Qué antihigiénico!”
En su lecho de muerte Bruce exclamó: “He visto las puertas plateadas del paraíso”. Murió a la una y media de la tarde. No había cumplido 50 años. El día era miércoles.
Durante la cremación de Chatwin, Salman Rushdie recibió la noticia de que había sido declarado blanco de una fatwa. Fue su última aparición pública en años.

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