A un lado del sofá bajo la lámpara
que ilumina la mesa de noche,
despierta el filósofo entre la bruma
lo raro es que después de olvidarlo en un tranvía
aparece impávido sobre esta mesa.

Enigmático aroma viaja ileso por el tiempo;
y exhala retóricas que antaño emanaban del telégrafo.

El escéptico sabor del limón con sal
perturba mis rimas cuando pintan pétalos rosados,
aquella acidez rompe el violín en pleno concierto
y su melodía yace melancólica en la arena
abrasada por el vapor del trópico;
no sé si este escepticismo
también depende del frío que emerge en el Báltico
aquí las cosas ficticias cobran realidad,
y buscan la noche de aquella batalla
cuando nació el bárbaro Conan.

Aunque no aparece el batín de flecos ni la borla de doctor;
el rústico poema duerme bajo un baldaquín.

Ácido vibra este pomo
y el paladar sufre con la dentera,
pero así busca entre las brumas aquel ámbar
punzón ardiente que esteriliza el pensamiento
y activa los músculos de Sófocles para lanzar lejos la pelota
impulsado por el imperativo
que rompe las esclusas de la realidad.

Sobre la mesa este filósofo aparece burlón;
y me recuerda que cuando era núbil quemé sus páginas heroicas.