Tiahuanaco fue testigo de la aurora primigenia
cuna de una raza preadámica,
florecida en la cumbre de los Andes
gigantes erigieron el pórtico;
y los toxodontes contemplaron su plomada.

En plena era terciaria florece esta cultura
su puerto envía naves para explorar el océano,
cruzan el cordón oceánico del terciario
buscando los otros centros culturales,
después de ceñir el círculo de la tierra
encuentran florecido al Tíbet;
y más allá les sonríe México
entre brumas que desafían la prehistoria
emergen Abisinia y Nueva Guinea
completando la pléyade antediluviana
hitos más antiguos que los obeliscos de Ramsés.

Aunque los científicos afirman seriamente
que el hombre aparece en el período cuaternario
Tiahuanaco los desmiente con pruebas,
ningún cincel pétreo pudo tallar esos monumentos
que sólo el brazo de Hércules podría manejarlo.

Ahí está el toxodonte para confirmar
animal extinto desde la época terciaria,
y los elefantes que no conocían a América
extraviados en la noche de los tiempos,
desde los murales les dictan cátedra a los sabios.

Tiahuanaco fue vecino de la Atlántida
cuando brillaban viejas constelaciones,
y el mapa del cielo era distinto
quizás la Vía Láctea aparecía con otra forma
dibujada en extraño horizonte,
según opinión de los astrónomos;
secretos que también oculta Troya.

Tiahuanaco expone un bastión colosal
construido por la raza de gigantes,
mística joya en el período terciario
logra acallar al científico;
cuando duda del periplo por los milenios.