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Mente asesina
prosa [ ]

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por [Richard John Benet ]

2005-07-09  |     | 



El hombre estaba al final del callejón sin salida, en más de un sentido. Estaba alerta, al acecho. Esperaba su presa. Como un animal olfateaba el miedo y la debilidad de su potencial víctima. Sabía también que él a su vez se había convertido en un blanco móvil. Que hacía tiempo que él lo perseguía y que aquella noche finalizaría todo, de un modo o de otro. El tipo pensaba:
-Tal vez fuera mejor que alguien me detenga. Ya no puedo seguir haciendo esto. Pero solo quiero una muerte más antes de morir. Matar es una droga. Me causa placer. Siento los gritos… me maldicen… me suplican… ¡Piden que los mate de una buena vez! Pero me tomo mi tiempo… no tengo apuro. Luego en un éxtasis final, cubierto de su sangre, grito y bailo… ¡todo concluyó!
Ahí viene el arrepentimiento… los gritos en mis pesadillas. ¡Ya no puedo arreglarlo! ¡Lo que hice está hecho! Entonces juro que va ser la última vez, que no lo voy a hacer más… que voy a ser un chico bueno.
Recuerdo la vez que fui a pedir ayuda a aquel cura. ¡Pobre!... ¡Lo desollé sobre el altar! Tal vez si me apresara la policía, podría argumentar que me había poseído el demonio. O cuándo mate a la madre del estúpido que me persigue, pensó que me podía ayudar. ¡Y me ayudo! ¡Claro que me ayudo! Todavía escucho sus aullidos:
-¡No! ¡No…hijo…no!-Mi cuchillo pedía sangre- ¡Hijo!... ¡NO!
El muy débil pensaba que podía conmigo… hacia años me perseguía. Yo tenía la sensación que si no me había atrapado es por que no quería. Estaba eludiendo el encuentro final. Por lo menos hasta aquella noche.
Mejor reviso mi arma.
El asesino tomó la automática con su mano derecha. Con la izquierda retiró el cargador. Tiró de la corredera, en la recámara no había ningún proyectil. Puso el seguro, y examinó el cargador. Estaba completo. Aunque una sola bala le alcanzaría. Colocó el cargador y tiró nuevamente de la corredera. Puso el seguro. Luego con la punta de los dedos acarició el cabo de asta del cuchillo de monte que llevaba entre sus ropas.
En el mismo callejón, casi en el mismo lugar estaba el perseguidor. Había terminado de comprobar el estado de su arma. Al tipo lo consumía el ardor de la venganza. Su propia madre había muerto a manos de aquel sádico hijo de puta. Y él tuvo la sensación de haber nacido aquella noche; en que su mamá le suplicaba a aquel tipo llamándolo hijo. ¡Hijo! De todas maneras el sujeto le había dado un sentido a su vida. Durante años se preparó para aquel momento. Ahora no se podría escapar… estaba en un "cul de sac". Y le daba la impresión que el turro en realidad deseaba terminar con aquello. Le repugno la idea de estar haciéndole de alguna manera un favor. Pero hoy lo tenía que matar. Y mientras pensaba:
-Este guacho mató a mi vieja. ¡Nada de capturarlo con vida! Es más… estoy seguro que si no lo ejecuto hoy todo comenzaría de nuevo. Tengo que matarlo por el curita, por mi mamá y por tantos otros a los que él no les tuvo compasión. Tengo que matarlo para evitar más muertes… más víctimas… más dolor.
No me tiene que importar que tuviera una infancia difícil. Yo también tuve lo mío. Un padre alcohólico y luego ausente. Mi madre… ¡Bueno ya se sabía! Luego la calle… las compañías pesadas. Mi vida había sido y era ardua. Calculaba que el otro tampoco la tendría fácil. Tenía que lidiar con sus propios demonios. Yo sabía que era un enfermo. Pero… ¡No!... esta vez no. Ya se me había escurrido demasiadas veces de entre mis manos. ¿Tal vez lo hubiera dejado escapar a propósito? ¿Le tenía temor? ¿No lo quería enfrentar?
Como fuera esta noche no tenía opciones. Los dos estábamos en el mismo lugar… todo tenía que concluir.
El vengador tocó la tranquilizadora superficie del arma. El frío del metal. El poder que emanaba de tan solo sentir en la mano su peso.
El asesino tenía el arma en su mano. Cavilaba:
-El imbécil cree que puede conmigo. ¡Está loco! Si me llegara a matar es tan solo porque yo lo dejara. Porque quiero terminar con los llantos y los gritos en mis sueños. Con la culpa. Pero… si pudiera atraparlo. Reducirlo y tenerlo a mi merced. Podría estrenar mi cuchillo con él. La hoja me llevó semanas para templarla. Lo podía ir mutilando de a poco, mientras le contaba lo que le había hecho a su vieja. Le explicaba lo de los chillidos y los ruegos. Los mismos que daría él. ¡Tipo duro! El infeliz no sabía lo que era una vida pestilente. Representaba todo lo que yo odiaba de la sociedad… esos estúpidos que no me comprendían. ¡Que me rechazaban! ¡Me odiaban! Tanto como yo los odio a ellos. ¡Si pudiera mutilarlos y matarlos a todos malditos orgullosos!
Pero vamos por partes… ahora tengo que terminar este asunto.
Empuñó con decisión el arma. El cañón apuntando al lugar correcto. El dedo sobre el percutor.
En ese preciso instante el otro tomó la misma disposición. La pistola preparada. Apretando el gatillo.
Ambos escucharon el estampido. Ambos murieron con esa misma sola bala.




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